La Promesa Leyenda

Rompieron la marcha los farautes que deteniéndose de trecho en trecho, pregonaban en voz alta y a son de caja las cédulas del rey llamando a sus feudatarios a la guerra de moriscos, y requiriendo a las villas y lugares libres para que dieran paso y ayuda a sus huestes. La multitud corrió a agolparse en los ribazos del sendero para poder ver más a su sabor las refulgentes armaduras y los lujosos arreos del séquito del conde de Gómara, célebre en toda la comarca por su esplendidez y sus riquezas. El cielo nos ayudará en la santa compañía; conquistaremos a Sevilla, y el rey nos va a dar feudos en las riberas del Guadalquivir a los conquistadores. Entonces volveré en tu busca y nos vamos a ir juntos a habitar en aquel paraíso de los árabes, donde comentan que hasta el cielo es mucho más limpio y mucho más azul que el de Castilla.

Al pie de unos árboles añejas y corpulentos hay un pedazo de prado, que al llegar la primavera se cubre espontáneamente de flores. La compañía de Don Fernando, entre las mucho más heroicas y atrevidas de aquella época, había traído a su alrededor a los mucho más célebres guerreros de los distintos reinos de la Península, no faltando algunos que de países extraños y distantes viniesen asimismo; llamados por la fama, a juntar sus esfuerzos a los del beato rey. Al vocalizar estas últimas expresiones, el conde se puso parado y dio ciertos pasos como fuera de sí y embargado de un terror profundo. Al lado de Margarita se encontraba Pedro, quien alzaba de cuando en cuando los ojos para mirarla, y viéndola plañir tornaba a bajarlos, guardando por su parte un silencio profundo.

Precedían al escudero mayor hasta una veintena de esos conocidos trompeteros de la tierra llana, célebres en las crónicas de nuestros reyes por la increíble fuerza de sus pulmones. Solamente rayaba en el cielo la primera luz del alba, en el momento en que empezó a oírse por todo el campo de Gómara la aguda trompetería de los soldados del conde, y los campesinos que llegaban en numerosos grupos de los lugares próximos vieron desplegarse al viento el pendón señorial en la torre mucho más alta de la fortaleza. Margarita prosiguió a Pedro con los ojos hasta que su sombra se confundió entre la niebla de la noche; y en el momento en que por el momento no ha podido distinguirle, se volvió de manera lenta al sitio, donde la aguardaban sus hermanos. Diviértete con acceso a millones de ebooks, audiolibros, gacetas y considerablemente más de Scribd. Muchas de las leyendas de Bécquer están ambientadas en la Edad Media.

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Una historia de historia legendaria de Soria, España, de la que aquí hallarás una adaptación. Cuentan que en el sitio donde fue sepultada Margarita, siempre y en todo momento hay flores. A los farautes siguieron los heraldos de corte, ufanos con sus casullas de seda, sus escudos bordados de oro y colores y sus birretes guarnecidos de plumas vistosas. De esta forma transcurrieron ciertos minutos, a lo largo de los que se acabó de borrar el rastro de luz que el sol había dejado al morir en el horizonte; la luna comenzó a dibujarse de forma vaga sobre el fondo violado del cielo del crepúsculo, y unas tras otras fueron apareciendo las mayores estrellas.

El real de los cristianos se extendía por todo el campo de Guadaira, hasta tocar en la margen izquierda del Guadalquivir. Enfrente del real y destacándose sobre el lumínico horizonte, se alzaban los muros de Sevilla flanqueados de torres almenadas y fuertes. A un lado y parado, le hablaba el más antiguo de los escuderos de su casa, el único que en aquellas horas de negra melancolía hubiera osado interrumpirle sin atraer sobre su cabeza la explosión de su cólera. Triste vais al combate y triste volvéis, aun tornando con la victoria. Cuando todos los guerreros duermen rendidos a la fatiga del día, os oigo suspirar angustiado; y si corro a tu lecho, os miro allí pelear con algo invisible que os atormenta.

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Apareció un juglar recitando cantigas por entre las tiendas de campaña y el conde se detuvo a escucharla, pues el tema le interesaba. Tras escucharlo se dio cuenta que Margarita había sido asesinada por su hermano, y que en su entierro la mano de la joven sobresalía de la tumba y en ella se encontraba el anillo que el conde había colocado. El conde llegó hasta Gómara para casarse con el cadáver de Margarita y así su mano por fin se hundió. Tiempo más tarde, ya conquistada Sevilla, el Conde decía ver una mano misteriosa por todos los sitios, que incluso le había salvado la vida en una ocasión. Un día oyó cantar a un juglar que recitaba una historia en la que se hablaba de una joven, deshonrada por un noble, el que era su amante, que le había hecho la promesa de volver y casarse con ella y no la cumplió. Al ser deshonrada, la joven deshonró a su familia y de ahí que, su hermano la mató.

Al verle, la multitud levantó un lamento inmenso para saludarle, y entre la confusa vocería se ahogó el grito de una mujer, que en aquel instante cayó desmayada y como herida de un rayo en los brazos de algunas personas que asistieron a socorrerla. Era Margarita, Margarita que había conocido a su misterioso apasionado en el muy alto y muy inquietante señor conde de Gómara, entre los más nobles y poderosos feudatarios de la corona de Castilla. Después vino el escudero mayor de la casa, armado de punta en blanco, caballero sobre un potro morcillo, llevando en sus manos el pendón de rico-hombre con sus motes y sus calderas, y al estribo izquierdo el ejecutor de las justicias del señorío, vestido de negro y rojo.

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Si es un misterio, yo voy a saber guardarlo en el fondo de mi memoria como en un sepulcro. El conde de Gómara se encontraba en la tienda sentado en un escaño de alerce, inmóvil, pálido, horrible, las manos cruzadas sobre la empuñadura del montante y los ojos fijos en el espacio, con esa vaguedad del que parece mirar un objeto y, sin embargo, no ve nada de cuanto hay a su alrededor. Hemos actualizado su política de privacidad para cumplir con las cambiantes normativas de intimidad internacionales y para ofrecerle información sobre las limitadas formas en las que utilizamos sus datos. Los recortes son una manera práctica de catalogar diapositivas esenciales para volver a ellas después. Ahora puedes personalizar el nombre de un tablero de recortes para guardar tus recortes. Entonces, envueltos en la nube de polvo que alzaba el casco de sus caballos, y lanzando chispas de luz de sus petos de hierro, pasaron los hombres de armas del castillo formados en gruesos pelotones, que asemejaban a lo lejos un bosque de lanzas.

Gustavo Adolfo Bécquer (1837-

Este fragmento de La promesa describe el campamento que el rey Fernando III había levantado para conquistar la ciudad. El vocabulario empleado es abundante y preciso, para hacer más simple la ambientación. Lee atentamente el artículo e procura completar el crucigrama, si encuetras dificultades, solicitud el diccionario. Después que éste, arrodillado sobre la humilde fosa, estrechó en la suya la mano de Margarita, y un sacerdote autorizado por el Papa bendijo la lúgubre unión, es popularidad que cesó el prodigio, y la mano fallecida se hundió para toda la vida.

Volveré, te lo juro; volveré a cumplir la palabra solemnemente empeñada el día en que puse en tus manos ese anillo, símbolo de una promesa. Los comentarios del campo se apagaban; el viento de la tarde dormía, y las sombras empezaban a envolver los espesos árboles del soto. Las opiniones de los clientes del servicio, incluyendo las valoraciones del producto, asisten a otros clientes a obtener más información sobre el producto y a elegir si es el conveniente para ellos.

En un lugarejo miserable y que está a un lado del sendero que conduce a Gómara, he visto no hace bastante el ubicación en donde se afirma sucedió la extraña ceremonia del casamiento del conde. Por último, precedido de los timbaleros, que montaban capaces mulas con gualdrapas y penachos, cubierto de sus pajes, que vestían ricos trajes de seda y oro, y seguido de los escuderos de su casa, apareció el conde. En el momento en que dejó de herir el viento el agudo clamor de la excelente trompetería, empezó a oírse un rumor sueco, acompasado y traje. Eran los peones de la mesnada, armados de largas picas y provistos de rutas adargas de cuero. Tras estos no tardaron en mostrarse los aparejadores de las máquinas, con sus herramientas y sus torres de palo, las cuadrillas de escaladores y la multitud menuda del servicio de las acémilas.